Son muchas las situaciones que nos hacen perder el olfato, si bien ha sido la pandemia del COVID la que ha hecho que la población en general fuese consciente de este problema de salud. Si bien no comporte nada grave, la pérdida del olfato es muy molesta para quienes la sufren, pues el olfato es un sentido esencial a la hora de, por ejemplo, despertarnos el apetito. La pérdida del olfato es, de hecho, un síntoma común a varias enfermedades respiratorias, apareciendo como resultado de un catarro, gripe, neumonía, y, cómo no, el COVID19.
Alrededor de un 60% de las personas diagnosticadas con COVID han perdido el olfato en algún momento de la enfermedad, lo que supone más de 60 millones de personas. Si bien en la mayor parte de los casos la persona recupera el olfato de forma espontánea tras el cesar de los síntomas que habían originado la disfunción olfativa, aproximadamente un 10% sufren una pérdida “irremediable” del olfato o, al menos, eso piensan ellas. Y dicha pérdida los vuelve terriblemente ansiosos al no comprender qué está ocurriendo y, mucho menos, cómo solucionarlo.
En cierta medida es posible entenderlos. A fin de cuentas, la pérdida del olfato o anosmia había sido poco estudiada hasta el año pasado. Pero considerando que ya estamos hablando de varios millones de personas que pierden el olfato de forma “indefinida” a raíz del COVID, el estudio de la olfatología ha adquirido una especial importancia en los últimos meses. Así, se ha invertido un gran esfuerzo en desarrollar una serie de métodos eficaces que permitiesen a la persona recuperar el olfato lo más rápidamente posible.
Entre los métodos más prometedores destaca especialmente el entrenamiento olfativo, que se basa en la exposición repetida y durante breves instantes a olores muy específicos y con los que la persona sienta una especial interacción. Si bien en su forma tradicional se usan clavo, rosa, limón y eucalipto, los estudios llevados a cabo hasta el momento demuestran que se pueden sustituir estos olores por otros como naranja, nuez moscada, menta, café molido, coco o canela. Un estudio llevado a cabo, de hecho, sugiere que cambiar los olores cada 12 semanas aumenta la eficacia del entrenamiento olfativo.
Otra forma de favorecer el proceso es, según los expertos, practicarlo tantas veces al día como nos sea posible y no desperdiciar ninguna ocasión que se nos presente de poder reeducar nuestro olfato. Así, por ejemplo, podemos tratar de “recordar” como huele una naranja cuando la pelamos y, al tiempo que la olemos, volver a asociar esa sensación con el “olor a naranja”.

Este ejemplo sugiere que no es tanto que hayamos perdido el olfato para siempre, sino que más bien sufrimos una especie de “amnesia” en el sentido de que nuestro cuerpo recibe los estímulos olfativos, pero no es capaz de interpretarlos. Sería cuestión, pues, de “reaprender” a qué huelen las distintas cosas, y así ir, poco a poco, redescubriendo el olfato.

Esta teoría se sustenta en que, una vez eliminado el proceso inflamatorio que nos impedía oler, no existe ninguna razón fisiológica que justifique el que unas personas no puedan recuperar el olfato y que es por lo tanto posible recuperar el olfato con un entrenamiento adecuado.