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El Camino a la Formación del Estado – Nación.

Tras los procesos de independencia de España, los recién creados estados se enfrascaron en luchas de poder entre los antiguos latifundistas y la élite burguesa, la disputa se centraba básicamente en qué modelo de proyecto nacional debería realizarse, diferencias que durante varias décadas asolaron a las nuevas repúblicas y de las cuales Uruguay fue parte con la consideración de que no solo debía resolver sus diferencias internas, sino que también debió sortear el hecho de ser un gran botín para sus vecinos Uruguay y Brasil, que invadieron su territorio en repetidas ocasiones.

De esta manera el proyecto del estado nacional, como una unidad con límites claros, aglutinante, imaginada, en términos de Anderson, pero sobre todo diferente de Argentina o Brasil, se vio truncado por las sucesivas guerras civiles.

Pero ya hacia finales del S XIX ve la luz de la mano de los gobiernos militaristas de Latorre, Santos y Tajes, quienes lograron dominar a los caudillos rurales, controlar los constantes levantamientos (Barran, 1967) y poner en marcha la formación de la nación, que en general en América Latina fue precedida por la formación del Estado.

Y es que, debido a la fragmentación surgida de las divisiones y las guerras, el estado Uruguayo no tenía la fuerza económica ni militar para dominar a los ciudadanos del campo que se oponían a uno u otro proyecto nacional, y no fue hasta la década de 1.870, luego de concluida la Guerra Grande, que “el Estado tuvo fusiles y artillería, un sistema de transportes, telégrafos, ferrocarriles, carreteras y sólo entonces pudo afirmarse y triunfar sobre estos poderosos ciudadanos”.

Ahora Uruguay estaba inclinada hacia la modernización y el desarrollo. Ante las perspectivas de mejoras, los comerciantes y los estancieros querían paz y un gobierno fuerte.

Por otro lado, y como una de las consecuencias a gran escala del fin de la esclavitud en los Estados Unidos y la Guerra de Secesión, fue el aumento de la demanda de lanas, como sustitutos del algodón, además de que con la consolidación de la industrialización en Europa.

América Latina se erige como fuente de materias primas, en el caso del Rio de la Plata, esto conllevó a la “afluencia de préstamos e inversiones extranjeras en ferrocarriles, minas y en el sector agrícola de exportación; en el caso de Argentina y Uruguay, también significó la llegada de inmigrantes europeos”

Para 1860, la población del Uruguay se duplicó, pasando de 132.000 habitantes en 1852 a 221.248 de 1860. Montevideo creció de 34.000 a 57.911 habitantes. Los extranjeros pasaron a ser el 35% en el país y solo en Montevideo constituían el 48% de la población.

En este contexto con el gobierno militarista ejerce el control y la unificación (pacificación) del país, el un crecimiento económico y el aumento de la población, marcado por la inmigración europea, las élites se plantean ahora si cómo debe ser o qué es ser uruguayo y así inicia el proceso de construcción de la nación y de la identidad nacional.

El laicismo determinó el carácter de la nación, siendo uno de los valores fundacionales y más identitarios de la población. La experiencia de José Pedro Varela en los Estados Unidos, lo influyó para recrear en Uruguay el modelo educativo del que había sido testigo.

Siendo aún muy joven, Varela se convirtió en el principal Reformista de la Educación, postulando la necesidad de eliminar la influencia de la iglesia católica en la enseñanza, ya que en su carácter de garante del consenso y de la nación, el estado debía secularizar, no solo la educación, sino en general a la política, para ser el poseedor del poder civil y estatal ; de esta manera se crea el registro civil, se retoma el control de los cementerios y paulatinamente se eliminará al catecismo como parte de la escuela.

El sufragio universal supone la conciencia universal, y la conciencia universal supone y exige la educación universal. Sin ella, la república desaparece, la democracia se hace imposible y las oligarquías, disfrazadas con el atavío y el título de república, disponen a su antojo del destino de los pueblos y esterilizan las fuerzas vivas y portentosas que todas las naciones tienen en sí mismas” (José Pedro Varela)

El nuevo Estado constitucional tenía como fundamento la creencia en que todos los hombres, independientemente de su proveniencia, eran capaces de un mismo desarrollo de la razón y, por tanto, debían considerarse jurídicamente iguales en lo político. La educación nacional fue así un componente necesario del nuevo orden político.

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