Me siento cargante, alguna cosa me ha sucedido, he llegado a un punto expirante, luego de una larga y lenta agonía.
El agua es difusa, negra, corrompida, nadie puede hacer más nada por ella, está condenada. Nadan en ella una especie de seres, cuesta pronunciar que sigan vivos.
La gran madre salada llora, uniendo las lagrimas a su ser. Es una lastima que nadie pueda verlo. Corrientes frías, corrientes cálidas, ninguna de estas es capaz ya de provocar una reacción a los nervios sensitivos de cualquier animal. Ha perdido el sentido, ya no importa lo que me pueda hacer sentir, de hecho, ya no importa nada.
La poca fauna que sobrevive en las profundidades más recónditas y oscuras de todo el espacio oceánico, es la más alegre, llegado a este punto, se sienten afortunados de no poder poner color a la destrucción.
La marea está enojada, frustrada, ya no escucha a nadie, ya no queda nadie a quien escuchar, y se pasa día y noche, golpeándose con fuerza, odiando tener que soportar ver salir el Sol un día más. Espuma verde es la que causa con su violencia y acompañado de esta, un concierto formado por una banda de percusión plástica.
El siempre nombrado muerto, es ahora el consejero, el que ayuda a los demás a saber convivir con la no vida en sus entrañas.
Encuentra que el abrazo que le ofrece a la Tierra, es ya un intercambio maléfico. Se siente culpable de no poder hidratarla dignamente. Odia su ser y pide al universo que la destruya, que no alargue su dolor y que termine ya con su tortura.